Detrás de cada intento de suicidio adolescente existe un relato de dolor y desconexión. En la adolescencia todo se transforma: cuerpo, identidades y vínculos cambian sin aviso y a menudo nadie llega a comprender. Este cortometraje prescinde de explicaciones para centrarse en lo que queda: objetos cotidianos, mensajes sin respuesta, habitaciones que se llenan de silencio. Contado desde la mirada de quienes sobreviven al vacío, mostramos cómo la idea de alivio se quiebra y deja culpa, preguntas y un dolor que se contagia. El film propone una mirada sobria y precisa, una observación íntima que obliga a escuchar antes de que sea demasiado tarde. Buscamos provocar empatía: gestos pueden frenar la caída; el film llama a no normalizar el silencio.